SÓLO 1 SEGUNDO
Parroquias de La Purísima Concepción (Alcadozo) y de Santiago Apóstol (Lietor) Albacete
EL EVANGELIO DE HOY, 3º DOMINGO DE CUARESMA
En
aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y le
preguntaron sus discípulos: «Rabbí, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya
nacido ciego?». Respondió Jesús: «Ni él pecó ni sus padres; es para que se
manifiesten en él las obras de Dios. Tenemos que trabajar en las obras del que
me ha enviado mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar.
Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo». Dicho esto, escupió en tierra,
hizo barro con la saliva, y untó con el barro los ojos del ciego y le dijo: «Vete,
lávate en la piscina de Siloé» (que quiere decir Enviado). El fue, se lavó y
volvió ya viendo.
Los vecinos y los que solían verle antes, pues era mendigo,
decían: «¿No es éste el que se sentaba para mendigar?». Unos decían: «Es él». «No,
decían otros, sino que es uno que se le parece». Pero él decía: «Soy yo». Le
dijeron entonces: «¿Cómo, pues, se te han abierto los ojos?». Él respondió: «Ese
hombre que se llama Jesús, hizo barro, me untó los ojos y me dijo: ‘Vete a Siloé
y lávate’. Yo fui, me lavé y vi». Ellos le dijeron: «¿Dónde está ése?». El
respondió: «No lo sé».
Lo llevan donde los fariseos al que antes era ciego.
Pero era sábado el día en que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los
fariseos a su vez le preguntaron cómo había recobrado la vista. Él les dijo: «Me
puso barro sobre los ojos, me lavé y veo». Algunos fariseos decían: «Este
hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado». Otros decían: «Pero, ¿cómo
puede un pecador realizar semejantes señales?». Y había disensión entre ellos.
Entonces le dicen otra vez al ciego: «¿Y tú qué dices de Él, ya que te ha
abierto los ojos?». Él respondió: «Que es un profeta».
No creyeron los judíos
que aquel hombre hubiera sido ciego, hasta que llamaron a los padres del que
había recobrado la vista y les preguntaron: «¿Es éste vuestro hijo, el que decís
que nació ciego? ¿Cómo, pues, ve ahora?». Sus padres respondieron: «Nosotros
sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego. Pero, cómo ve ahora, no lo
sabemos; ni quién le ha abierto los ojos, eso nosotros no lo sabemos.
Preguntadle; edad tiene; puede hablar de sí mismo». Sus padres decían esto por
miedo por los judíos, pues los judíos se habían puesto ya de acuerdo en que, si
alguno le reconocía como Cristo, quedara excluido de la sinagoga. Por eso
dijeron sus padres: «Edad tiene; preguntádselo a él».
Le llamaron por segunda
vez al hombre que había sido ciego y le dijeron: «Da gloria a Dios. Nosotros
sabemos que ese hombre es un pecador». Les respondió: «Si es un pecador, no lo
sé. Sólo sé una cosa: que era ciego y ahora veo». Le dijeron entonces: «¿Qué
hizo contigo? ¿Cómo te abrió los ojos?». Él replicó: «Os lo he dicho ya, y no
me habéis escuchado. ¿Por qué queréis oírlo otra vez? ¿Es qué queréis también
vosotros haceros discípulos suyos?». Ellos le llenaron de injurias y le
dijeron: «Tú eres discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés.
Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios; pero ése no sabemos de dónde es».
El hombre les respondió: «Eso es lo extraño: que vosotros no sepáis de dónde es
y que me haya abierto a mí los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los
pecadores; mas, si uno es religioso y cumple su voluntad, a ése le escucha. Jamás
se ha oído decir que alguien haya abierto los ojos de un ciego de nacimiento.
Si éste no viniera de Dios, no podría hacer nada». Ellos le respondieron: «Has
nacido todo entero en pecado ¿y nos das lecciones a nosotros?». Y le echaron
fuera.
Jesús se enteró de que le habían echado fuera y, encontrándose con él,
le dijo: «¿Tú crees en el Hijo del hombre?». El respondió: «¿Y quién es, Señor,
para que crea en él?». Jesús le dijo: «Le has visto; el que está hablando
contigo, ése es». Él entonces dijo: «Creo, Señor». Y se postró ante Él. Y dijo
Jesús: «Para un juicio he venido a este mundo: para que los que no ven, vean; y
los que ven, se vuelvan ciegos». Algunos fariseos que estaban con él oyeron
esto y le dijeron: «Es que también nosotros somos ciegos?». Jesús les respondió:
«Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero, como decís: ‘Vemos’ vuestro
pecado permanece».
COMENTARIO
El hecho culminante de
este episodio es el acto de fe que al final del relato hace el que había sido
ciego de nacimiento: Creo señor.
La fe en Jesús es la
culminación de un proceso de iluminación y de despojo . De iluminación, porque
al que estaba ciego y no podía ver la realidad tal como es, Jesús le abre los
ojos. De despojo, porque cuando alguien le ocurre lo que le ocurrió al ciego (que ve la vida como es), la vida
se complica.
Se trata de la terrible
complicación que consiste en que, el que hasta entonces había estado ciego,
empieza a darse cuenta de que los demás le abandonan, se desentienden de él, lo
han dejado solo: los vecinos y amigos que le conocían, su propia familia, y
sobre todo los hombres de religión, que, además no fiarse le insultan, y llevan
la cosas hasta el extremo de excomulgarle, al expulsarlo de la sinagoga.
La iluminación total
lleva directamente a la soledad total. Es que ve la vida como es y, además, lo
dice, se queda solo en la vida: no le entiende los amigos, no lo entienden la
familia, y seré rechazado por la religión.
La vida normal del que
es bien visto por todos se basa en la ceguera y, por supuesto, en mantener
buenas relaciones con la religión. El que ve, dice lo que ve, camina derecho la
situación debe ser abandonado, incomprendido y excluido.
Queda claro que la
claridad del que ve la realidad como es, y la libertad el que dice lo que ve,
como lo hizo el ciego sobre todo con los observantes de la religión los
fariseos, ese termina viéndose incomprendido y quizá sólo, como terminó el
ciego. Es el precio de la fe en el evangelio. Creer es claridad para ver y
libertad para hablar. A costa si es necesario de verse abandonado y solo.
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