DOMINGO DE LA SEMANA XXII
En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día.
Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo:
- «¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.»
Jesús se volvió y dijo a Pedro:
- «Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios.»
Entonces dijo Jesús a sus discípulos:
- «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a si mismo, que cargue con su cruz y me siga.
Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará.
¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, sí arruina su vida?
¿O qué podrá dar para recobrarla?
Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta.»
Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo:
- «¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.»
Jesús se volvió y dijo a Pedro:
- «Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios.»
Entonces dijo Jesús a sus discípulos:
- «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a si mismo, que cargue con su cruz y me siga.
Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará.
¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, sí arruina su vida?
¿O qué podrá dar para recobrarla?
Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta.»
Mateo 16, 21-27
COMENTARIO
«¿Qué vida entrego yo,
Señor, si no me falta de nada? ¿Qué puedo saber yo realmente sobre lo que es
dar la vida, si me siento tan tibia?». Me he ido llenando de posesiones buenas,
de actos que no están mal, de palabras que me justifican y le dan cierto
sentido a lo que vivo...; pero, a solas conmigo misma, lo que me brota dentro
es: «apártate de mí, Señor, porque aún soy una mujer con mi vida celosamente
guardada».
Me han venido a la cabeza estas palabras de una
reflexión de Mariola López Villanueva, porque ciertamente puede ser la
experiencia de muchos de nosotros cuya vida, aún siendo decididamente normal y
moralmente aceptable, adolece de un
deseo de propiedad y autonomía a la que no queremos renunciar en absoluto.
Este
juego de pérdida y ganancia resulta altamente peligroso en una sociedad que
juega con reglas claras para no perder nunca, y que apuesta de vez en cuando
con cálculo asumido de daños colaterales.
En
la mística de Jesús la ganancia es real, pero la pérdida también. De ahí que su
mensaje sea siempre conflictivo. El
evangelio de hoy anuncia la resurrección (ganancia) pero por el camino extrañamente
necesario de la cruz (pérdida); la semilla da fruto (ganancia) pero previamente
ha de enterrarse y morir (pérdida); el hijo menor en la parábola del padre
bueno regresa con salud (ganancia) en el mismo instante que el padre bueno
siente que su hijo mayor no quiere participar del banquete por el re-encuentro
(pérdida).
Éste es el realismo de la fe cristiana. No hay magia; hay una tensión vital, en ocasiones
insoportable, pero que es portadora de una irrenunciable pasión por la vida.
El camino de la felicidad no se hace de ausencia de
pérdidas y de continuas ganancias. La felicidad anhelada es esa extraña mezcla
de pérdida y ganancia que nos permite cada día, cada minuto extraerle a la vida
su jugo de sentido. Se me ocurren tres itinerarios para llevar a cabo esta
tarea:
1. Saber perder
el tiempo con quienes nos necesitan, vaciarnos de nosotros mismo para que
los demás encuentren en nosotros un hueco donde cobijarse; sentir que lo nuestro es estar entre-tenidos, es decir teniéndonos unos
a otros, sosteniendo nuestras historias.
2. Perder
protagonismos personales y monólogos que aburren y dedicarnos a embellecer las
escenas de la vida donde otros puedan contarnos su historia. Cuando sólo pensamos en nosotros mismos nuestro
orgullo aumenta y se despreocupa de la vida de los demás conservando sólo la nuestra.
Eso nos hace perder la capacidad de asombrarnos y de dejarnos afectar por la
alegría y el dolor de los demás. Un maestro espiritual de hace unos siglos, el
maestro Eckhart, afirmaba que en ocasiones “hemos de saber quitarnos de en
medio para que Dios y los otros puedan aparecer”