I. El texto en su contexto
En Mc 7,24-30 una mujer extranjera
(sirofenicia) pide a Jesús la curación de la hija enferma, pero Él la rechaza
verbalmente: "Espera que primero se
sacien los hijos, pues no está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los
perros".
¿Quién no se ha extrañado ante esta insólita e inesperada reacción de
Jesús? ¿Quién no se ha preguntado nunca sobre el significado de estas palabras?
Además, parece que haya una clara incongruencia entre la petición de la mujer y
la respuesta de Jesús. La mujer le ha rogado que cure a su hija y Él responde
con un discurso metafórico sobre el pan de los hijos.
El fragmento del evangelio de Marcos que
hoy queremos profundizar es ciertamente un texto difícil. Una mirada, aunque rápida, a la historia
de la interpretación de este texto nos permite descubrir cómo los autores de
todos los tiempos han intentado explicar del mejor modo posible la dura
respuesta de Jesús, una respuesta que todavía hoy continúa interrogándonos.
La primera
interpretación, muy frecuente en el pasado, pero muy rara en nuestros días,
vendría a justificar la actitud de Jesús por el hecho de estar cabreado en ese
momento. Y así, Jesús responde duramente a la sirófenicia no porque rechaza
ayudarla, sino porque no se ha reanimado todavía de un choque reciente tenido
con los escribas y fariseos, es decir, por la discusión sobre lo puro y lo
impuro.
La segunda
interpretación subraya la fe probada de la mujer, que se convierte en modelo
para todos los creyentes. La sirofenicia es un ejemplo de fe constante y plena,
un ejemplo de confianza cordial en la gracia y en la bondad de Dios, un Dios
que se experimenta y revela mediante la palabra. Nadie pone en duda la
ejemplaridad de la sirofenicia, pero su fe probada no puede estar aislada del
contexto histórico en el que se coloca el episodio. Entre Jesús y la mujer,
entre los judíos y los gentiles hay una barrera que a primera vista parece
infranqueable. Y en segundo lugar, ¿es “serio” pedir una fe que exija tal
negociación?
La tercera interpretación
pone de manifiesto que, efectivamente, en tiempo de Jesús, algunos defendían
una posición muy rígida, según la cual los gentiles ( es decir, los paganos,
los que no eran judíos…) no debían ser admitidos a la comunidad; de ahí la
respuesta de Jesús, "no está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los
perros". Otros, un poco menos radicales, defendían que primero se
salvaran los judíos, y así entendemos la cita, "espera que primero se sacien los hijos". Esta idea no
solo aparece aquí, San Pablo también la emplea en la Carta a los Romanos 1, 16,
"pues yo no me avergüenzo del
Evangelio, que es fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree, del
judío primeramente y también del griego" (cf. también Rom 2,9-11 y
Hechos 13,46).
Esta explicación,
aún siendo posible, no llega a explicar la posición de Jesús respecto a los
gentiles, porque realmente, en otros momentos del Evangelio Jesús parece vencer
esa frontera tan enorme. Así, sin más, sin concluir en nada más concreto.
revelaría a un Jesús muy judío en ocasiones y muy poco judío en otras. En
cualquier caso habrá que valorar el cambio que produjo en Jesús el encuentro
con la sirofenicia.
0. La curación de la hija de la sirofenicia se
sitúa entre el relato de dos multiplicaciones de los panes. En los textos
se habla de comida y de comer. En las dos multiplicaciones de los panes, la primera en territorio judaico y la
segunda entre los gentiles, no sólo queda saciada la muchedumbre, sino que
además se mencionan los pedazos sobrantes para compartir con otros.
También la sirofenicia menciona los
"pedazos sobrantes" en su respuesta a Jesús: las migajas que caen de
la mesa de los niños sirven para quitar el hambre a los perros (7,28).
Las correspondencias entre estos tres
textos son innegables, sin embargo siguen sin explicar directa y claramente la
actitud de Jesús.
¿Cómo, pues, quien multiplica el pan hasta la saciedad para quitar el
hambre a la gente (fueran judíos o gentiles), es el mismo que en un primer
momento rechaza ayudar a la sirofenicia?
1. Marcos
presenta el viaje de Jesús en la región de Tiro como una excursión en
territorio gentil, en territorio no-judío. Con
otras palabras, Jesús va más allá del confín de su tierra de Galilea y
paradójicamente su mensaje se abre a una zona de frontera habitualmente
conocida por su marginalidad.
Añadamos además otro dato, Flavio Josefo
(un autor extrabíblico) afirma que los habitantes de Tiro eran enemigos
encarnizados de los judíos. En fin, el escenario de la curación está cargado de
tensiones a nivel socioeconómico, político, cultural y religioso.
El autor ha dibujado un ambiente
decididamente controvertido.
2. Jesús no
quería ser reconocido por la gente, pero su fama era tal que no pudo huir del
encuentro con una madre desesperada que, sin pronunciar palabra, se le lanza a
los pies reconociendo con este gesto su autoridad y demostrándole desde el
primer momento una confianza total.
El motivo del sufrimiento de esta mujer
es descrito por el narrador con lacónica brevedad: la posesión demoníaca de la
hija (literalmente: "tener un espíritu impuro"). La gravedad de la enfermedad es tal que la
madre no ha ahorrado tiempo ni energías para encontrar a Jesús. Sin dudar ha
tomado, sola (el marido no está), la iniciativa de este viaje, lo que demuestra
que todo gravita sobre sus espaldas: su responsabilidad y también su confianza.
El narrador del hecho deja también claro
que la mujer era sirofenicia, por tanto, pagana.
3. Ante la
petición de la sirofenicia, Jesús no
responde directamente. Sin hacer
ninguna referencia a la enfermedad ni a la curación, se dirige a la mujer con
un lenguaje metafórico que hace estremecer por su dureza. Abriéndose a
múltiples interpretaciones, el lenguaje metafórico deja siempre una puerta
abierta para quien está escuchando o leyendo. Consiguientemente, el lenguaje de Jesús, aunque insólitamente áspero,
ofrece a la sirofenicia la posibilidad de interpretarlo.
La respuesta de Jesús se articula en dos
momentos, el primero, menos cortante que
el segundo. La frase "Deja que se
sacien primero los hijos" está formulada en modo tal que, aun siendo
una respuesta negativa, no contiene ninguna negación explícita. Incluso
expresa una concesión. Mediante el adverbio "primero", Jesús
establece una prioridad, es decir, los hijos deben ser los primeros en comer,
lo cual deja sobrentender que los perros lo pueden hacer después.
La segunda frase, sin embargo, contiene un juicio negativo que no deja
espacio a eventuales concesiones: "No
está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perros". La
persona, por tanto, que da de comer a los perros con el pan de los hijos actúa
moralmente mal.
Siendo el pan propiedad exclusiva de los
hijos, no puede ser compartido ni mucho menos con los perros.
4.
Decodifiquemos ahora la metáfora. ¿Quiénes son los hijos, quiénes son los
perros, qué es el pan? Los hijos son los
judíos. Los perros son los gentiles. En
el Antiguo Testamento, los perros eran considerados como animales impuros y
despreciables, y comparar a alguno con un perro era un insulto grave (ISam
17,43; Is 56,10-11).
Entendido en sentido metafórico, el pan no puede ser otra cosa que la curación/el
mensaje de salvación del que Jesús es portador.
Concluimos: la mujer (una gentil) ha pedido a Jesús la curación de la hija enferma
(también gentil) y Jesús rechaza la petición porque la curación/el mensaje de
salvación pertenece sólo a los judíos. En caso de una eventual concesión, los
judíos tendrán el privilegio de ser los primeros destinatarios. Aun no
escondiendo su posición, Jesús no se cierra al diálogo, sino que deja un
espacio abierto a la mujer.
Esta tensión entre judíos y no judíos ya
venía desde muy atrás. Aunque es un tema bíblico central, en el Antiguo
Testamento nos encontramos dos grandes maneras de pensar, una, vinculada a una
parte de los libros (los que contienen la Ley de Dios) y otra vinculada a los
profetas:
Los libros de la Ley generalmente expresan recelo y hasta
rechazo: “ Cuando el Señor tu Dios entregue en tu poder a esos siete pueblos más
numerosos y fuertes que tu: hititas, guirgasitas, amorreos, cananeos, fereceos,
hevesos y jebuseos, no pactarás con ellos ni les tendrás piedad. No
emparentarás con ellos, no darás tus hijos a sus hijas ni tomarás sus hijas
para tus hijos. Porque ellos te apartarán de mí.” (Deuteronomio 7.
1-4). En algunos sectores del judaísmo en tiempo de Jesús se había acentuado
esta tendencia y se cuenta que un famoso fariseo, Rabbo Aqiba, había puesto a
sus dos perros los nombres romanos de Rufus y Rufina; y otro judío ilustre solía
decir: “El que come con un idólatra se asemeja al que come con un perro”.
Otra corriente bíblica, ligada al profetismo, subraya la
voluntad salvífica universal de Dios: “El Señor Dios de los ejércitos prepara para
todos los pueblos en este monte un festín de manjares suculentos, un festín de
vinos de solera, manjares enjundiosos, vinos generosos …” (Isaías
25,6).
En el libro de Rut, una mujer moabita (pagana) aparece como
un modelo de amor fiel. Al incorporarse al pueblo de Israel y tener al rey
David entre su descendencia, queda cuestionada cualquier tendencia
exclusivista.
5. En vez de mostrarse ofendida o humillada por las palabras de Jesús, la
sirofenicia reacciona positivamente, mostrando una actitud de apertura y de
comprensión. Con las
primeras palabras la mujer acepta de modo reverente el discurso de Jesús, pero enseguida responde a la metáfora del
Maestro con una "contra-metáfora", comparándose ella misma (y con
ella también a los gentiles) con los animales que, obviamente, no se sientan a
la mesa de los hijos, pero se quedan "debajo" para comer las
"migajas".
Cada uno tiene su lugar y la mujer es consciente: a Jesús le toca estar con los judíos y
a ella con los gentiles. Pero esta consciencia suya no le impide dialogar. La
sirofenicia no ha perdido la esperanza, está allí para esperar, más bien para
provocar, una respuesta positiva por parte de Jesús. Está
convencida de que, a pesar de las prioridades temporales (primero-después) o
espaciales (sobre—debajo), el pan se puede compartir. Jesús acepta su
palabra y hace lo que la mujer le había pedido: cura a la niña.
La palabra de la sirofenicia, por tanto,
se ha demostrado potente y eficaz: en efecto, después de haberla escuchado, Jesús ha cambiado de idea. La salvación alcanza también a los gentiles.
Ahora la mujer puede volver a casa tranquila, porque el demonio que atormentaba
a la niña (y también a ella) ya no existe.
6. ¿Qué ha pasado? Que Jesús ha aprendido. Jesús no es un judío encerrado en sí; no lo sabe y
decide todo de antemano. Acepta el
argumento de la mujer, reconociendo que ella tiene razón. Jesús le ofrece algo
más que las sobras del banquete: le ofrece la plena salud de su hija. De ahora
en adelante, aquella chiquilla dejará de ser ajena, extraña, abandonada,
endemoniada, y junto con su madre se convierte en mujer cristiana.
Y así, Jesús, convertido de su visión dogmática,
cerrada y arcaica de la vida aparece como hombre de diálogo que acoge e
introduce en una nueva esperanza de vida a quien, hasta entonces ni vivía, ni
soñaba. Cuando San Lucas afirma que Jesús “iba
creciendo en estatura y en gracia” (Lucas 2, 52), quería decir que iba
aprendiendo a ser hombre, e iba aprendiendo a ser Dios, es decir, iba
conociendo poco a poco al Padre-Dios que se le revelaba en su interior. Y Jesús
necesitó de la mediación del encuentro con aquella mujer (extranjera y
aparentemente extraña al dios judío), para conocer mejor a su Padre-Dios. Y una
mujer excluida, miedosa y humillada se hace madre creyente y portadora de
gracia. Gracia de la que paradójicamente también se nutre y se alimenta el
mismo Jesús.
II. DE LA CRISIS CANANEA A LAS CRISIS ACTUALES: EL
DIÁLOGO COMO EXIGENCIA ECLESIOLÓGICA
En lo que
llevamos dicho hasta ahora hemos intentado des-codificar el texto. Pero aún
queda un segundo momento, aplicarlo al “hoy” de nuestra realidad. Y esta
aplicación también forma parte del “hecho revelador”. Es verdad que aquí
tenemos más libertad y cada uno explicará conforme a su contexto cultural….
como les pasaba a los judíos. Pero es
importante, con la herramienta adecuada, haber des-codificado el texto
anteriormente.
Mi explicación,
totalmente prescindible y por tanto complementaria a otras intentaría destacar
la necesidad de apertura que tiene nuestra Iglesia. Concretamente hablaría de
“cuatro actitudes eclesiales necesarias para ensanchar nuestra comunidad
eclesial).
El díalogo: Muchas cosas podríamos
decir sobre el diálogo, pero dejemos la palabra a quien, hace ya algunos años,
“redescubrió” para la Iglesia esta necesidad del diálogo como mediación para su
tarea evangelizadora y apostólica. Quizás, en un momento en el que surgen
“fundamentalismos” de muchos tipos, la Iglesia debe ser testimonio de diálogo
sanador del corazón.
En los inicios
del Concilio Vaticano II Pablo VI refrescaba la actitud dialogal como
necesariamente mediadora de la evangelización en nuestro tiempo:
“La Iglesia debe ir hacia el
diálogo con el mundo en que le toca vivir. La Iglesia se hace palabra; la
Iglesia se hace mensaje; la Iglesia se hace coloquio… El diálogo de la
salvación se hizo posible a todos; a todos se destina sin discriminación
alguna; de igual modo el nuestro debe ser potencialmente universal, es decir,
católico, y capaz de entablarse con cada uno, a no ser que alguien lo rechace o
insinceramente finja acogerlo.
Pero nos parece que la
relación entre la Iglesia y el mundo, sin cerrar el camino a otras formas
legítimas, puede representarse mejor por un diálogo, que no siempre podrá ser
uniforme, sino adaptado a la índole del que escucha y a las circunstancias de
hecho existente; una cosa, en efecto, es el diálogo con un niño y otra con un
adulto; una cosa es con un creyente y otra con uno que no cree.
El diálogo no es orgulloso,
no es hiriente, no es ofensivo. Su autoridad aparece en la verdad que expone,
por la caridad que difunde, por el ejemplo que propone; no es una mandato ni
una imposición. Es pacífico, evita los modos violentos, es paciente, es
generoso. El diálogo no es orgulloso, no es hiriente, no es ofensivo.
(Y cuando ese diálogo no sea
posible) el silencio, el grito, la paciencia y siempre el amor son en tal caso
el testimonio que aún hoy puede dar la Iglesia y que ni siquiera la muerte
puede sofocar”.
(http://www.vatican.va/holy_father/paul_vi/encyclicals/documents/hf_pvi_enc_06081964_ecclesiam_sp.html
La Acogida gratuita: La fe no tiene
precio, tiene mucho valor, pero no tiene precio. Nadie (de nosotros) puede
poner precio a la fe. Hemos de dejar a Dios ser Dios, la Iglesia tiene que
dejar a Dios ser su cabeza. La Iglesia no puede poner precio a los sentimientos
de quienes vienen a su puerta con el hambre del Hijo pródigo, o a por las
migajas que caen de la mesa de los señores (mujer sirofencia). El buen Padre
del Hijo pródigo acoge –sin precio- al hijo menor de la parábola, aún a riesgo
de perder al hijo mayor que toda la vida había estado con el. Jesús se baja de
su dogmatismo excluyente y judío, desdiciéndose de lo más sagrado que le habían
enseñado –bienintencionadamente- en su casa, y convirtiendo su corazón a la
sensatez y a la vida de aquella pobre mujer que sólo quería ser feliz.
¿Dónde está el
precio en ambos casos? En el valor de la persona que pide, no en lo que pide; en la dignidad de
quien le pesa la vida y hay que aligerarle ese peso, no en los méritos que haya
acumulado (Por cierto, quizás los méritos se asemejen más a las riquezas que
pretendía tener el joven rico, sin valor ni precio para la salvación). En resumen: acoger personalmente a quien
personalmente te habla. No hay más precio, no hay más valor.
La apertura: Como es difícil, a veces, poner palabras a nuestros
sentimientos y experiencias (y la fe es, antes que palabra, experiencia y
sentimiento), utilizamos mucho en la Iglesia los símbolos. Por ejemplo, los
sacramentos utilizan el símbolo como
media para transmitir una experiencia; cuando hablamos de Dios o de nuestra fe,
podemos ejemplos símbolos, metáforas, comparaciones, parábolas, porque lo
entendemos mejor. Pues bien es necesario enfatizar (destacar) los símbolos que
ya tenemos, des-ritualizarlos (porque el rito se hace rutina); y es necesario
igualmente incorporar nuevos símbolos ,
lenguajes, comparaciones, que las entiendan a quienes hoy hemos de anunciarle
el evangelio.
Comunicar y Compartir: Los que tenemos la suerte (la gracia) de vivir una experiencia
de comunidad (de parroquia), hemos de vivirla con decisión y claridad. Olvidar
pre-juicios y amenazas, sentarse a la mesa y disfrutar de la comida; y comer
responsablemente, sin olvidar a aquellos a quienes el pan (no el de la
comunidad, sino el de “cada día”) no lo tienen seguro. Hoy evangeliza no el que
más grita, ni el que más presume, no el que garantiza la verdad con la palabra
separada de su corazón. Hoy evangeliza quien se ha sentido amado y quién más
ama.