Dice el Evangelio que «entró Jesús en Jericó y empezó a atravesar la
ciudad. En esto un hombre, llamado Zaqueo, que era jefe de recaudadores y muy
rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía,
porque era de baja estatura». Zaqueo, por ser rico y poderoso, no tiene la
talla adecuada para ver a Jesús. Por eso es Jesús quien lleva la iniciativa y
no Zaqueo. Jesús lo llama por su nombre, se encuentra con él y se produce el
inicio de su conversión.
La misión de Jesús consistía en «buscar lo perdido para salvarlo». «Lo
perdido», en este caso, era Zaqueo, un hombre que aunque tenía dinero era un
excluido en lo social y en lo religioso.
Zaqueo era jefe de recaudadores: Judío colaboracionista con los romanos,
cobraba los impuestos que Roma destinaba a pagar a los soldados romanos que se
hallaban acantonados en la ciudad de Cesarea y al fomento del culto a los
ídolos. Los recaudadores, además, tenían merecida fama de ladrones, pues
cobraban, por lo general, más de lo que estaba tasado, enriqueciéndose de este
modo.
El hecho de que Zaqueo fuese considerado pecador público, por ladrón y
colaboracionista, no impidió a Jesús entrar a su casa y comer con él. En el
transcurso de aquel encuentro, Zaqueo sintió deseos de cambiar: Se comprometió
a dar la mitad de sus bienes a los pobres y a devolver cuatro veces aquello que
había defraudado. Zaqueo se comprometió mucho más de lo que las leyes exigían.
Zaqueo, hoy voy a alojarme en tu casa
¿Cómo actuamos nosotros en casos semejantes? ¿Como Jesús, que no tiene
inconveniente en ir a comer a casa de Zaqueo, o como los fariseos, que murmuraban?
Deberíamos ser capaces de conceder un margen de confianza a todos, como hacía
Jesús. Deberíamos hacer fácil la rehabilitación de las personas que han tenido
momentos malos en su vida, sabiendo descubrir que, por debajo de una posible
mala fama, tienen muchas veces valores interesantes. Pueden ser «pequeños de
estatura», como Zaqueo, pero en su interior -¡quién lo diría!- hay el deseo de
«ver a Jesús», y pueden llegar a ser auténticos «hijos de Abrahán».
¿Nos alegramos del acercamiento de los alejados? ¿tenemos corazón de buen
pastor, que celebra la vuelta de la oveja o del hijo pródigo? ¿o nos
encastillamos en la justicia, como el hermano mayor o como los fariseos,
intransigentes ante las faltas de los demás? Si Jesús, nuestro Maestro, vino a
buscar y a salvar lo que estaba perdido, ¿quiénes somos nosotros para
desesperar de nadie?
En efecto,la reconversión existe y conocemos muchos casos en la historia,como bien dice el comentario si Jesus lo hace quienes somos nosotros para cuestionarlo?lo q deberiamos hacer es seguir su ejemplo y perdonar a aquellos q se equivocan e incluso a nosotros mismos,hacer una sociedad inclusiva porque todos formamos parte de este mundo.
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