EVANGELIO
Después que Jesús hubo saciado a cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el lago. Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del lago notó que allí no habla habido más que una lancha y que Jesús no había embarcado con sus discípulos, sino que sus discípulos se habían marchado solos. Entretanto, unas lanchas de Tiberíades llegaron cerca del sitio donde habían comido el pan sobre el que el Señor pronunció la acción de gracias. Cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: - «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?» Jesús les contestó: - «Os lo aseguro, me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a éste lo ha sellado el Padre, Dios.» Ellos le preguntaron: - «Y, ¿qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere?» Respondió Jesús: - «La obra que Dios quiere es ésta: que creáis en el que él ha enviado.»
Juan 6, 22-29
COMENTARIO
Os lo confieso… me iba a tomar vacaciones
esta semana. El “discurso del pan de Vida” (y en general todos los “discursos”
que aparecen en el Evangelio de San Juan) me dan mucha “pereza creyente”.
Ya
San Juan tuvo que hablar en aquel tiempo para gente que, además de buscar
respuestas, se hacía preguntas… y aparentemente lo complicó todo un poco. …O
no…, depende del lugar en el que nos situemos.
Lo cierto es que a nuestro señor
Jesucristo no le iban las “marcas blancas”. ¿Recordáis el agua de la
Samaritana?...Agua que quita la sed “para siempre”. ¡Toma ya!. Recordáis el
vino de las bodas de Caná…¡nada de garrafón! El mejor vino para el final.
Y
faltaba el pan: no le vale ni el pre-cocido, el post- congelado o el de molde.
No señor, Jesús parece ofrecer una pan (alimento) “que perdura para la vida eterna”. Es difícil esto… eh!
Y así pasa…que en una sociedad en la que
el agua, luego a luego, tendrá su versión “light”, y el pan de “matriz
gasolinera” acabará imponiéndose, la religión o “institucionaliza” una versión
light o desaparece.
Por eso, cada vez más podemos estar cayendo en la tentación
de “ofrecer” una religión indolora, desencarnada o de “aplauso facilón” no para
“fortalecer la rodillas vacilantes” (como dice el profeta) sino para endiosar
la figura del líder de turno, light, por supuesto, pero “molón”.
Echándole un poquito de imaginación ésa
es la problemática del evangelio de hoy. Da la sensación de que el “triunfo”
sociológico de Jesús contrasta con el momento depresivo de su persona que nos
ofrece el texto de esta mañana. Los discípulos buscando al líder, y el líder
solo, pensando: “¿por qué me sigue esta gente?: por que tiene lleno el estómago o por que anhela un sentido para
su vida?”.
O
dicho con otras palabras: “¿me siguen porque les intereso para saciar su
estómago o porque les resulta interesante mi manera de vivir?”: “os lo aseguro, me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque
comisteis pan hasta saciaros”. En
mi vida he visto crítica más dura a lo que sociológicamente llamamos en nuestro
tiempo esto de “religión light” o “religión a la carta”, es decir, a la medida
de lo que a mí me da la gana (perdón por la dureza de la expresión).
Ciertamente el evangelio
de hoy debió dejar desconcertados a los que iban detrás de Jesús. De ahí su
inquietante pregunta: “¿qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que
Dios quiere?” . De hecho, hoy,
podríamos preguntarnos por las demandas religiosas que personalmente tenemos
cada uno de nosotros.
En unos parámetros culturales y eclesiales como los nuestros
en los que se ensalza la pobreza y sencillez evangélica hasta el extremo, pero
en las que tampoco se repara en gastos a la hora de valorar ciertas costumbres
tradicionales relacionadas con la religiosidad
popular, tendremos que preguntarnos qué religión “nos llena” y qué causa
nos compromete.