EVANGELIO
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Os aseguro que lloraréis y os lamentaréis vosotros, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría. La mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero, en cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre. También vosotros ahora sentís tristeza; pero volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría. Ese día no me preguntaréis nada.»
Juan 16, 20-23
COMENTARIO
Cuando se
escribe este texto, las comunidades cristianas ya han comenzado a extenderse
por el entorno geográfico que circunda a Israel: Asia Menor (actual Turquía),
Grecia...
Es el momento de reflexionar sobre el sentido de la presencia física
de Jesús entre el grupo de apóstoles, y las sensaciones de esfuerzo y
sufrimiento que están sintiendo ahora, perdidos por las ciudades de grandes
naciones.
En esta
situación nueva hay una idea que repiten una y otra vez: El señor Jesús sigue
presente en medio de las comunidades cristianas. Pueden sentir su aliento y su
ánimo cada vez que se reúnen en su nombre; cada vez que viven en fraternidad y
se preocu- pan de acoger a quienes más sufren.
Cuando
interiorizan y hacen presentes los valores de Jesús, hallan la alegría de
sentir presente al Maestro.
También
nosotros, cuando vivimos la amistad, la cercanía personal y los momentos
felices de la vida... nos gustaría que no tuvieran un final. Si durante la
vivencia de los acontecimientos positivos de nuestra vida no hacemos el
esfuerzo de interiorizarlos, su final nos deja vacíos... y vamos saltando de un
acontecimiento a otro, sin terminar de encontrar sentido a lo que hacemos.
Andamos ávidos de experiencias duraderas que llenen nuestra vida y que el
tiempo no pueda arrebatarlas.
El evangelio
de hoy hace una reflexión sobre la vida de Jesús y su duración: El tiempo de
Jesús llega a su final y este final pone término a los sentimientos que su
compañía generaba entre los discípulos. No hay otra alternativa: o se
interiorizan estos sentimientos, haciendo que trasciendan el tiempo y el
espacio, o se perderán para siempre.
Jesús
invita a sus discípulos a que asimilen los valores que sienten y perciben con
su compañía física para convertirlos en valores permanentes.
La vida
que nos ha tocado vivir es una sucesión de acontecimientos que transcurren con
rapidez y celeridad. Las personas mayores nos hablan de esa sensación
psicológica del tiempo que se acelera. Corremos el peligro de pasar por la vida
sin momentos de reflexión. Incluso, corremos el peligro de dejar pasar todas
las cosas buenas sin anclarlas en nuestro interior.
La superficialidad quizás
sea uno de los graves problemas de nuestros días... Por no tener tiempo, ni
siquiera tenemos tiempo para gozar de los buenos momentos. El evangelio de hoy
es una invitación a posesionarnos de la alegría en profundidad. De esa alegría
que nadie nos quitará.