Era un viejo rabino judío, célebre por su
sabiduría. Todos lo admiraban por su ingenio.
Uno le preguntó un día por qué siempre que
hablaba lo hacía con parábolas o contando alguna historia. Y le respondió con
una historia, la historia de la Verdad.
La Verdad, dijo, paseaba entre los hombres,
siempre sin adornos, siempre desnuda. Todos volvían su cara para no verla ni
recibirla, decían que por vergüenza; pero era, sin duda, por miedo. Al verse
tan rechazada, indeseada y temida, se llenó de tristeza y desánimo.
Y, estando así, se encontró con la
Parábola, alegre ella y vestida de muchos colores.
“¿Cómo estás tan triste y desolada”, dice
la Parábola a la Verdad?
“Es que estoy tan vieja y tan fea – le
responde la Verdad – que los hombres escapan de mí”
“¡Qué tonterías! – dijo riéndose la
Parábola – no es por eso por lo que te huyen. Mira, ponte estos adornos, ya
verás cómo te siguen y cómo te tratan”.
Efectivamente ¡las cosas le fueron de
maravilla!
“Es que, terminó el rabino, los hombres no
quieren la verdad desnuda, sino disfrazada”.