Un avaro había acumulado quinientos mil
dinares y se las prometía muy felices haciendo cábalas sobre el mejor modo de
invertir su dinero y pensando en el estupendo año que iba a pasar.
Pero, inesperadamente, se presentó el Ángel
de la Muerte para llevárselo consigo. Llegó de puntillas, con una mueca en el
rostro y un silencio helado en sus expresiones.
Entonces el hombre rico se puso a pedir y a
suplicar, apelando a mil argumentos para que le fuera permitido vivir un poco
más, pero el Ángel de la Muerte se mostró inflexible.
“¡Concédeme tres días de vida, y te daré la
mitad de mi fortuna!”, le suplicó el hombre.
Pero el Ángel no quiso ni oír hablar de
ello y comenzó a tirar de él.
“¡Concédeme al menos un día, te lo ruego, y
te daré todo lo que he ahorrado con tanto sudor y esfuerzo!”. Pero el Ángel
seguía impávido.
Lo único que consiguió obtener del Ángel fueron
unos breves instantes para escribir apresuradamente la siguiente nota:
“A quien encuentre esta nota, quienquiera
que sea: si tienes lo suficiente para vivir, no malgastes tu vida acumulando
fortunas. ¡Vive! ¡Mis quinientos mil dinares no me han servido para comprar ni
una sola hora de vida!”.