Hay dos grandes preguntas "modernas" de la fe que se contestan con dos respuestas "postmodernas". Y la clave de este engranaje esta en el evangelio de hoy. Me explico.
Quien pretende "defender" su opción cristiana de fe, generalmente siempre se encuentra con alguien que le espeta estas dos cuestiones: "¿para que sirve la fe?, ¿cómo justificas que ese Dios del que hablas es verdadero y no una invención de tu imaginación?".
Ante estas dos cuestiones "modernas", el que habla solo el clericalés (idioma típico de los curas) tiene en ocasiones la tentación de huir, o cuando menos, tiene la tentación de decir que "esto es cuestión de fe y que cuando el Señor llama estas cuestiones ni se preguntan, porque bien sabe Él lo que se hace".
Esta clericalesa respuesta, no está mal para quien conoce tal idioma, pero normalmente, el "moderno" que pregunta precisamente la hace porque desconoce dicho dialecto bastante enigmático, por cierto.
Creo que el evangelio de hoy sugiere una respuesta en "postmoderno".
¿Para que sirve la fe?: pues muy fácil para que aquellos que la sientan se vuelvan más humanos y más hermanos. El objeto de la fe no es ni el más allá, ni la patria eterna de la que ahora somos peregrinos. Eso es una bienintencionada bobada buenista históricamente estéril.
El objeto de la fe es el más acá del rostro del prójimo, y especialmente del prójimo cuya identidad social se encuentra desfigurada ("cada vez que lo hicisteis con uno de mis hermanos más débiles, conmigo lo hicisteis").
¿Cómo justificas que ese Dios del que hablas es verdadero y no una invención de tu imaginación?: pues mira, no lo sé. Ahora bien, lo que si que sé es que yo nunca creeré en un dios que me exija subir a un monte muy alto respirar hondo y llenarme de él; tampoco creeré en un dios que tenga necesidad de rodearse de sombras mistéricas, voces de ultratumba y sinergias medioambientales; y tampoco creeré en fantasmas ennegrecidos por la ranciez del tiempo que dicen ser oráculos del todo.
Humildemente, es decir, "postmodernamente", prefiero creer en un dios que me pide cosas sensatas tales como aclarar mis sentidos vitales, para poder captar la realidad tal cual es y actuar en consecuencia.
Y es que, al final, la propuesta de Jesús invita a afinar nuestros elementales sentidos: