—«¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?
Un discípulo no es más que su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro.
¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: "Hermano, déjame que te saque la mota del ojo", sin fijarte en la viga que llevas en eltuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.
No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano. Cada árbol se conoce por su fruto;porque no se cosechan higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos.
El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal;porque lo que rebosa del corazón, lo habla la boca.»
El contexto del evangelio de hoy es claramente anti-farisaico. Parte de la religión judía en tiempos de Jesús era la más clara expresión de una forma sin fondo y de un discipulado sin referencias lúcidas.
El fariseo, en el texto, viene representado por el guía ciego, el ojo que no percibe la viga que le antecede, el árbol dañado, la zarza, los espinos, y el corazón habitado de mal.
Desde luego, nadie criticó de un modo más radical la religión judía del momento más que Jesús.
El perfil alternativo que propone Jesús es el opuesto. El texto, en este sentido, es una obviedad con el que nadie, con un mínimo sentido común, puede estar en desacuerdo. De hecho Jesús, vendría a representar todas esas cualidades positivas que contrastan con la mentalidad fariseo: la lucidez, la misericordia, la autenticidad, la transparencia. Pero vivir ese estado de humanidad, más que un "logro", es una "tarea" permanente.
Cuando traemos el texto al hoy de nuestra vida, además de acoger el sentido común que destila, nos coloca a los "oyentes" en la tesitura de sabernos "colocar" adecuadamente. ¿Qué nos queda por conseguir para llegar a ese estado de "humanidad"?
En el trasfondo del texto late la dificultad del judío para salir de su orgullo; y late también la incapacidad para acertar a "nombrar" las fragilidades que a todas las personas nos constituyen como tales.
Una persona no es "más" por su perfección. Al revés, una persona es "más" (es grande) cuando sabe reconocer sus heridas. Esa es su grandeza.
A las puertas de la Cuaresma, es un buen momento para descubrir el disfraz que nos caracteriza en nuestra vida; el disfraz que necesitamos para defendernos de la belleza de nuestras fragilidades.
Lo deseable es que no necesitáramos de ninguno; pero lo "maduro" es conocer con realismo el disfraz que llevamos puesto.